Todo en
Mendoza parece girar alrededor del preciado elixir de los dioses. Desde el
instante en que llegué a la ciudad no hice más que escuchar ofertas de excursiones
a bodegas, tours de compras vitivinícolas y un sinfín de recomendaciones para
probar vinos con nombres autóctonos,
fechas de cosechas y otros datos más que me sobrepasaron y acabaron produciendo
el efecto contrario. En otras palabras: la acumulación sistemática de nombres propios
como Merlot, Cavernet, Malbec y otros más hizo que en la estadía en la
provincia más beoda del país volviera invicto, sin probar una sola gota.
Así es como
con un tema menos de que preocuparme -es genial saber que no iba a perder tiempo
en ver millones de botellas ni en tener que sortear ninguna resaca luego de haber tomado unas cuantas- durante
casi diez días me dediqué a vivir de un modo intenso todas las maravillas que
la provincia tiene para mostrar (que fueron muchas, incluso más de las que yo
pensaba antes de hacer el viaje).
En esa corta pero intensa escapada no sólo visité la
ciudad (donde descubrí algunos de sus secretos, me obnubilé con su orden, su
limpieza, con la extremada educación, la amabilidad y el enorme don de
gente de los lugareños) sino que, además, recorrí la cordillera por los mismos
espacios por donde San Martín cruzó los Andes (pasando por lugares impensados y extremadamente increíbles), visité la reserva acuífera de
Villavicencio y deambulé por algunos museos interesantísimos en los cuales me
llevé más de una sorpresa y aprendí otro tanto.
Quizás el
haber hecho ese recorrido sea lo que me hizo llegar al final del viaje con
una conclusión que había elucubrado de antemano: Mendoza es mucho más
que una tierra de vinos, vendimias y fiestas como muchos creen. Es un lugar
privilegiado de nuestro país al que parece no haber llegado la contaminación en
ninguna de sus formas (o no al
menos con las que conocemos quienes llegamos a ella desde estas latitudes) y que
renueva a diario las esperanzas de que es posible una ciudad limpia, agradable,
segura, confortable y con motivos de sobra para sentirse orgulloso de formar
parte de este país, que si bien es maravilloso en toda su extensión, a veces parece serlo más en algunos lugares que otros.
El mes de agosto es sin dudas el mejor mes del año para descubrir juntos Mendoza. Es por eso que aprovechando mi reciente viaje y que la provincia aún se encuentra con nieve ( además de la celebración de un nuevo aniversario de la muerte del General San Martín) con estas crónicas los invito a compartir todos los secretos que se esconden en esta perla cuyana. Bienvenidos a la tierra de los colores intensos, lo sabores inolvidables y los más bellos paisajes de ensueño.
El mes de agosto es sin dudas el mejor mes del año para descubrir juntos Mendoza. Es por eso que aprovechando mi reciente viaje y que la provincia aún se encuentra con nieve ( además de la celebración de un nuevo aniversario de la muerte del General San Martín) con estas crónicas los invito a compartir todos los secretos que se esconden en esta perla cuyana. Bienvenidos a la tierra de los colores intensos, lo sabores inolvidables y los más bellos paisajes de ensueño.
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